Al pasar el municipio de Frontera Comalapa nos detuvimos a comer en un restaurán que se encuentra ubicado cerca del río que viene del municipio de Amatenango de La Frontera.
El lugar es bello por lo fresco y porque ahí se come una rica mojarra que el turista puede pescar con sus propias manos, de las cuales hay, cientos de miles o, quizá, millones.
Luego de pescar las nuestras y mandarlas a cocinar, cada quien a su gusto, comimos, nos tomamos unos refrescos bien fríos, y seguimos el viaje.
Luego de pasar los municipios de Amatenango de La Frontera, Mazapa de Madero, Motozintla, Huixtla, Villa Comaltitlán, Escuintla y Acapagua finalmente llegamos al Embarcadero Las Garzas, desde donde tomamos una lancha hacia el centro ecoturístico.
En el camino pudimos apreciar el manglar más alto de Latinoamérica, con quizá millones de mangles que alcanzan hasta 40 metros de altura.
Sus raíces aéreas ofrecen un bello espectáculo, pues forma figuras caprichosas, sorprendiendo a la vista de quienes por vez primera tenemos a la vista un mangle.
Cinco minutos después de viajar por debajo del manglar salimos al estero, amplio espacio acuífero de agua salada, pues es un brazo de mar, del Pacífico, que se cuela en el manglar, dándole vida.
Ahí pudimos apreciar al mar con sus impresionantes olas, apenas breves instantes, porque la lancha sigue su veloz carrera.
Miles de gaviotas, pelícanos y garzas nos esperaban, y tan pronto nos avistaron iniciaron su show: volaron al unísono y posteriormente se acomodaron desde donde habían iniciado el vuelo.
Luego al mar, a escuchar el oleaje ruidoso, a sentir su fuerza en los pies, y a retarlo a que tirara nuestros castillos de arena.
Una medusa hizo su aparición en la arena y fuimos por ella.
Eduardo Ángel decía que estaba muerta, Deni comentaba que podía darnos toques eléctricos, que es como suele cazar a su presa, Doña Maclovia se asustaba que las olas la arrastrara hasta sus piernas, Sari Cruz y Eluvia Angel hacían una posa donde pensábamos meterla, aunque el oleaje del Pacífico finalmente tumbó nuestros planes, llevándose al molusco a quién sabe dónde.
Entonces decidimos caminar hacia el Campamento Tortuguero de Zacapulco, que es en cuyas playas tomábamos el Sol y jugueteábamos con las olas.
Ahí sorprendimos a un par de tortugas jugando a los enamorados, dándose de besos, quizá pensando en la reproducción de la especie o simplemente recordándonos que la primavera, a veces, se adelanta.
Después de ordenar y comer una lisa a la talla, unas rodajas de robalo, camarones al mojo de ajo, filete de pescado y aguas frescas con mucho hielo, emprendimos el regreso, encontrándonos en el camino a un gavilán águila color negro y uno de pecho blanco, quienes no se inmutaron de nuestra presencia.
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