Las Guacamayas


Baños del Carmen, aguas azufradas

jueves, 23 de agosto de 2007




Venustiano Carranza, Chiapas, México.- Para quien quiera disfrutar y bañarse con aguas limpias, filtradas, de las pocas que hay en el mundo, que visite los Baños del Carmen, en el municipio de Venustiano Carranza, Chiapas, México.Ahí tiene para escoger: si lo hace con agua fresca, de unos 17 grados centígrados, surgidas del cerro y provenientes de las zonas boscosas de los Altos de Chiapas, o con aguas termales, de alrededor de 45 grados centígrados, surgidas, dicen, de zonas volcánicas.
Si no quiere ni fresco ni caliente, puede sumergirse en donde se juntan ambos afluentes. Ahí las aguas son tibias, soñadas. En su parte más ancha alcanza los 15 metros, la poza más honda un metro y medio.
Cuatro afluentes nacen ahí, con tal equilibrio que dos son de aguas frescas y dos de aguas termales. La gente dice que las últimas son aguas volcánicas. Es la explicación más racional, porque las aguas azufradas provienen de cuevas saturadas de azufre, mineral asociado a la actividad volcánica y que puede ser encontrado en los bordes de los cráteres de volcanes extintos, donde se han depositado gases emanados durante sus erupciones.

Ambos afluentes desembocan, más tarde, en el río Grijalva.

Su flora y fauna…

Llegar a Baños del Carmen es romper de tajo con la rutina.




A pesar de los pesares tiene aún una fresca arboleda. Grandes pochotes, altos guanacastes, fuertes mulatos, fornidos guashes, soberbios robles, cedros altivos, amates generosos, bellos fresnos y frescas palmeras, entre otros.
Caminando por la orilla del río o internándose un poco por el bosque se encuentran ardillas, iguanas, conejos, e incluso venados, después de casi 5 años de no dar la cara por esos lares, gracias a que se ha prohibido la cacería.

En el agua se puede juguetear con la sardina, alimentar a la mojarra, asustar al macabí o pescar un bagre, pues sí se permite la pesca con anzuelo y tarraya.

Aves aparecen muchas, sobre todo predadores de peces y ranas, pero lo mismo asoma la escandalosa chachalaca.


Aguas curativas…

La inmensa mayoría de los visitantes (más de 20 mil en Semana Santa) acude a los Baños del Carmen por sus aguas termales, azufradas, con propiedades curativas.



Pedro Zúñiga Morales, Secretario de la Sociedad Cooperativa del paradisíaco lugar, dice que en fin de semana reciben un promedio de 600 unidades de transporte llenas de paseantes, porque las personas no sólo llegan a bañarse, sino también o sobre todo a curarse de las espinillas, manchas, infecciones en la piel, o del reuma, la gripa, artritis, entre otras; el agua es curativa y tiene las mismas funciones que el “M Force”, pero sin dejar secuelas de ningún tipo, aunque quién sabe a los 9 meses.
La Ruta para llegar…

El lugar está a escasos 40 minutos de Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas, México.

Este balneario natural está ubicado en una ex finca del mismo nombre y está formado por un manantial de aguas termales sulfurosas, en un clima cálido sub-húmedo

Hay que llegar a Chiapas, directamente a su capital Tuxtla Gutiérrez, y de ahí tomar por la carretera Angostura -Tzimol- Comitán, en un recorrido de 56 kilómetros; antes de llegar a la localidad de Flores Magón se toma un desvío de 3 km en dirección al poblado de Vicente Guerrero, donde encontrará el anuncio de bienvenida al balneario natural.

Actividades a realizar

El turista puede practicar la natación y el campismo.



Al paseante no le está permitida la caza, porque es parte del atractivo del lugar, y porque cuidar del entorno ecológico significa la supervivencia de esa maravilla natural.
Sin embargo puede echarse el chapuzón el tiempo que quiera, jugar a la pelota dentro de las aguas, bucear, pescar con anzuelo o con botella.

Decenas de parejas acuden al lugar a jurarse amor en plenas aguas, como para decirle a la hembra: “Conmigo podrás disfrutar de bellos lugares como éste, no serás la cenicienta de la casa, pero yo sí tu príncipe azul”.

Quien lo prefiera puede escoger un remanso para acabar de leer la novela o escribir algún poema. Inspirarse ahí es cosa de cerrar los ojos y disfrutar de la brisa o juguetear con la espuma.


O simplemente pasar un rato de relajamiento con los amigos en las palapas rústicas, tomándose sus cervezas, acompañadas de ricas botanas compuesta de mojarras fritas, camarón al mojo de ajo, cócteles “vuelve a la vida” o bien las costillitas de puerco, cocteles de frutas, ensalada de verduras o lo que se le antoje.


Los servicios…

Este sitio puede ser visitado todo el año, aunque se recomienda hacerlo en las épocas de primavera y verano. Se sugiere llevar equipo para acampar, para quien quiera disfrutas de una experiencia campirana.


Tiene vestidores con regaderas, 20 restaurantes con enramadas y 8 palapas, y hasta una discoteca para quien llegue a acampar y luego elija un rato de acción con la música que prefieran y pidan.

40 personas de la Sociedad Cooperativa Baños del Carmen (con su presidente, tesorero, consejo de vigilancia, secretario y otros funcionarios trabajan intensamente para promover el mantenimiento de lugar, conservándolo limpio, colocando avisos, y pintando donde así lo requiera.


Prospectiva…

En breve en este balneario se construirán albercas, andadores, cabañas, hoteles, y canchas para varios deportes, además de que se intensificarán las actividades de reforestación, para hacer de este pedazo de Chiapas la tierra que Dios le prometió a Adán y Eva, donde cada quien pueda tomar con su propia mano y del árbol la manzana, el mango, un limón o naranja, y disfrutarlas a la vera del río, acostado en la hamaca o en una poza de agua termal, fresca o mezclada.

Caminata perimetral en la Sima de las Cotorras, de pelos

domingo, 19 de agosto de 2007

Disraelí E. Angel Cifuentes

Cuando iniciamos la caminata perimetral en la Sima de las Cotorras, el día parecía ser como todos los demás, el clima fresco aunque ya comenzaban a caer los primeros rayos del Sol.

En el trayecto, el guía enseñaba un nopal y muchos más, un palo de piedra y un huitumbillo, mientras avanzábamos, paso a paso, con uno que otro par de colibríes que, sin el menor recato, extraían el néctar de las flores de nuestro alrededor.

A las diez de la mañana un palo de cera, un mulato escarapelándose o un árbol de copal eran suficientes para retener el aire y compartirlo con el visitante.

Avanzamos otros diez metros y el día seguía siendo normal, aunque ya había recibido la instrucción de no mirar hacia abajo. De hecho bastaba con obedecer y agarrarse de las ramas de un sospó, de la raíz de un palo de camarón o del tallo de un jocote de montaña para sentirse seguro y seguir, como un soldado valiente.

Allá arriba, a unos 45 metros de alto, habían quedado la Sari, el Lalo, la Deni y mi suegra Angelita, quien había llegado de la Ciudad de México para conocer la Sima de las Cotorras.

Se quedaron allá porque no es cualquier cosa hacer la caminata perimetral, pasando por el corazón de la sima o la pendiente.

Fui el único valiente, pues, porque si bien la Deni quería hacer el viaje, a sus ocho años el riesgo de no regresar para contarlo podía ser alto.

De repente ya no podía uno avanzar sin soltarse de algún tepehuaje o de una piedra que sostenía al árbol de wage (wash) o flor de mayo.

“Este se llama quebracho”, indicaba mi guía, Don José María Castellanos López, el mismísimo Presidente de la Cooperativa Tzamanguimó, responsable del área.

No se lo dije, pero decidía que del “quebracho” yo no me agarraría, no quería inaugurar la estadística.

“O me regreso, o paso agarrándome de otra cosa”, pensé, muy para mis adentros, comenzando a sudar frío, aún sin mirar hacia abajo, para no sudar más o no meter reversa.

Y así pasé, a rastras, agarrándome de las piedras y alguno que otro bejuco.

De plano el viaje se había tornado peligroso.

El guía se adelantaba tres metros, pero luego regresaba para mostrarme cómo él transitó por alguna pendiente, tratando de darme ánimos.

Un “espino de llano” me ayudó a ganar un par de metros, había que llegar a otro mirador para tomar fotografías más cercanas a unas escandalosas cotorras: eran solo cuatro, intensamente verdes, pero ruidosas.

Las ramas de un “huisache” protegía mi cabeza de un Sol que comenzaba a calentar el ambiente, al tiempo que ayudaba a disimular mi sudor frío, cada vez más profuso; mi cuerpo todo se había irrigado de adrenalina.

“Ese árbol se llama “timbre”, así le decimos aquí”, irrumpió Don Chema mis pensamientos.

Llegué hasta ahí sin sobresalto, pero 120 centímetros después me andaba arrepintiendo.

“Tranquilo, no se preocupe, el talismecate es un árbol fuerte, está bien agarrado, apoye usted su pie y no voltee hacia abajo, ya vamos llegando al mirador de las pinturas rupestres, ahí va usted a tomar bonitas fotos”, seguía Don Chema, acostumbrado a pasar ahí entre 5 y 6 veces al día.

Por fin llegamos al mirador del que tanto hablaba el guía. En verdad la vista es impresionante, pues hacia abajo la distancia es, aún, de aproximadamente cien metros.

Moverse para mirar hacia arriba fue otro susto, al mover la cabeza hacia atrás para ver las pinturas metros arriba perdí el equilibrio, el peñasco parecía venirse hacia mí con todo su peso.

“Tranquilo, yo lo detengo”, dijo Don Chema, con su mano sobre mi espalda, y comenzó a explicarme las pinturas, casi todas de color rojo, con figuras antropomorfas, zoomorfas y geométricas, aunque yo sólo alcanzaba a ver unas manos dibujadas en negativo, según las palabras del guía.

“Aquí podremos ver signos, círculos, semicírculos, cuadros, líneas. Es muy probable que hayan sido realizadas cuando la sima era menos profunda, aunque también se cree que los antepasados debieron realizarlas con métodos alpinísticos ancestrales, debiendo descender hasta donde estamos y luego escalar hacia arriba algunos metros para plasmar ahí el mensaje”.

Mientras la adrenalina inundaba mi cuerpo y me llevaba a preguntarme qué necesidad tenía yo de andar exponiendo el pellejo en esta parte del suelo chiapaneco, disimulé con otra pregunta a mi acompañante: ¿Qué motivos impulsaba a la gente a pintar a estas alturas, arriesgando la vida, con obras en esos grados de dificultad?

“No lo sé, quizá porque dicen que esta es una sima encantada, algunas pinturas son simples, hay varios tipos; dibujos circulares, espiraliformes y siluetas humanas. Allá se puede ver la figura de “El Emperador”, tiene un gran tocado, a su derecha está “El Danzante”, también están las del “Guerrero” o “Cazador”, que tiene un arma en la mano derecha y un escudo o el objeto de su caza, del mismo color y con el mismo estilo”.

Ufff, toda una explicación relajante, para olvidar un poco el susto.

Mientras siguen las cotorras revoloteando entre las ramas del chicosapote, sobre todo las solteras, machos y hembras.

De pronto resbala mi pie y una piedra, pequeña, comienza a rodar hacia abajo en caída libre, pero sigo arriba, asido de una roca que tiende una punta para que me aferre a ella y no acompañe a la pequeña roca que, al fin, cae hasta el fondo, casi sin hacer ruido, aunque las cotorras sí se alebrestas y tornan más escandalosas, en la sima.

Unas mil quinientas de estas aves de color verde habían salido a buscar comida a otro lado, desde las 6 de la mañana.


Ellas, dice Don Chema (quien no se enteró que mi pie izquierdo anduvo en el aire), comen chicosapote, mujú, higo de llano, hundú, piragüita y nanchi.

Mi familia y yo habíamos llegado a las 7 de la mañana a pesar de haber salido de Tuxtla Gutiérrez a las 5:00 AM, todo porque los encargados en hacerlo no han colocado suficientes anuncios que permitan al turista orientarse desde la llegada a Ocozocoautla, máxime que la mayoría llega antes del amanecer para contemplar la salida de 3 parvadas de quinientas cotorras cada una, aproximadamente, haciendo espirales con el vuelo masivo de las aves, quienes parecen rendirle tributo al santuario.

Están aquí desde el mes de abril, pues llegan a este santuario con la primavera, continúa mi guía.

“Aquí se enamoran, le cantan a la vida, revolotean, presumen su belleza y encuentran novio. Ellas practican la fidelidad con la pareja, a la que se entregan durante 8 meses”, relata, emocionado.



Después de aparearse y que la hembra ha puesto sus huevos en un nido finamente elaborado por ambos, bien guarnecido debajo de los peñascos, a base de palito seco, hojas y, principalmente, pluma de los padres.

Entrambos cuidan los huevos, alternándose. Mientras uno hace guardia permanente, otro se va por comida. Es una amorosa espera de 18 a 21 días, al cabo del cual nacen los polluelos.

Entonces vienen los cuidados de los recién nacidos, a cargo de la pareja, quienes practican la paternidad responsable.

Ambos cuidan el nido, porque ahí cerca está, amenazante, el gavilán blanco, la lechuza, el halcón y la urraca, sus depredadores.

A veces la hembra, a veces el macho, así, alternándose, le dan de comer a los hijos, de pico a pico, como dándose besitos.

Por quinta vez interrumpe sus explicaciones para preguntarme si seguimos avanzando o nos regresamos.

“Voy a pasar de este lado, arrastrándome sobre esta piedra plana, se puede pasar abajo y no hay peligro, pero para que se sienta más seguro pasaremos aquí, déme su mano”, me decía.

Decidí mostrar que puedo dominar el miedo y avancé solo.

De las actividades a realizar en este lugar, entre ellas la escalada, el rappel, senderismo, observación de flora y fauna, elegí esta caminata perimetral no apta para cardíacos.

Allá mi familia observaba, con binoculares, mi paso por el tramo más difícil. Ellos habían rentado los binoculares para ver las pinturas rupestres, pero ahora se habían olvidado de ellas y sudaban frío como el reportero, aunque mi esposa había decidido retirarse para rezar y bajar la corte celestial para que me ayudaran en el camino.

Esta es una formación natural del valle de Ocozocoautla formada por consecuencia de la disolución de la piedra caliza, gracias a la acción de un intermitente goteo de agua y a un acomodamiento de la corteza terrestre, quizá por la presencia de un río subterráneo, aunque antes la gente que había caído un meteorito, pero no, fue un hundimiento de tierra, hace más de diez mil años, seguía Don Chema explicando, mientras yo seguía arrastrándome, cuidando que la cámara fotográfica no me empujara al precipicio.

“Déme su mano, no se haga el valiente, ya falta poco, y no vaya a moverse hacia la izquierda ni pegarse con ese pico, no sea que el dolor le haga perder equilibrio”, decía mi guía.

“Oiga, si me caigo quiero saber de cuántos metros será mi caída”, le respondí.

Y me dio datos precisos:

“La profundidad total es de 125 metros, el diámetro de la sima es de 430 metros, que nosotros estamos recorriendo ahorita, la longitud es de 172 metros, si usted se cae la distancia hacia abajo es de menos de cien metros, porque de aquí hacia arriba son como 45 metros, haga usted sus cuentas”, me respondió, como si yo estuviera para hacer restas o sacar mi calculadora.

Ya a punto de salir al otro lado, donde él aguardaba casi impaciente, dijo que el nombre científico de la cotorra es Aratinga cunicularis.

Que cuando está nublado no salen, creen que es muy de madrugada y retardan su viaje hasta que aclara un poco más.

Cuenta, además, que las cotorras abandonan este santuario los meses de noviembre, diciembre, enero y febrero, se van al río La Venta, a 5 km de aquí, allá se desarrollan.

Los padres cuidan a los bebés durante mes y medio, al cabo de ese tiempo ya salen a volar, y se siguen abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre y algunos días de noviembre.

Por fin llegué al otro lado, y de ahí en adelante el trayecto se tornó tranquilo, sin el menor sobresalto.

Así supe que las vecinas de las cotorras son las chachalacas que dan una especie de bienvenida al paseante desde que llega, alternándose por grupos. Unas cantan a la entrada, otras responden más adelante con su inconfundible “Cá-ca-ro, Cá-ca-ro, Cá-ca-ro”.

Pero igual tienen de vecinos a la paloma torcaza, al chupamirto.

Entre la variada fauna vecina está el venado, coyote, conejos, gato de monte, armadillo, tejón, jabalí, tepezcuintle, mapache, oso hormiguero.

Ya más tranquilo me contó de las leyendas.

Un hombre oyó que hablaban allá abajo.

Otro dijo que canta un gallo a las 12 de la noche en el fondo de la sima.

El terreno donde se ubica la Sima de las Cotorras era de Don Bulmaro Morales, quien llegó a tener unas seis mil reses, que desaparecieron súbitamente con su muerte.

Por eso hoy se dice que la sima lo tenía encantado y hoy mucha gente cuenta que se lo han encontrado, que han platicado con él, a pesar de los varios años de su muerte.

Sencillamente su alma sigue rondando en la sima y no permite que alguien, absolutamente nadie caiga al precipicio.

Es suya.

Aunque la hayan comprado los 18 integrantes de la Cooperativa Tzamanguimó que ahora han puesto a funcionar el Restauran Cotorras donde sirven deliciosos caldos de gallina de rancho, costillitas, tamales de chipilín, barbacoa, aguas frescas.

Don Bulmaro jamás imaginó que su barranco se convertiría en atractivo turístico, ni menos vio la construcción de preciosas cabañas con camas matrimoniales, individuales, agua fría y tibia, estacionamiento, propio para llevar a la novia, con el pretexto de ir a admirar la bella sima.

Ahí la pareja podrá escoger recámara con nombre ecoturístico: tortolita, golondrina, zanate, tecolote, chachalaca, urraca, tapacamino, torcasa, y solicitar una hamaca por si requieren romper con la rutina.

Cualquier funcionario malandrino podrá escaparse de sus oficinas e irse con la secretaria hasta allá a reunión de trabajo, llamando previamente al teléfono 9686890289 o reservando en el correo electrónico escobar250_9@hotmail.com.

Para llegar simplemente tome la carretera de Tuxtla a Coita, luego la carretera a Malpaso, hacia la izquierda toma el camino a la Rivera Piedra Parada, donde entra por una terracería de 13 kilómetros 800 metros que pronto, con la gestoría de El Fronterizo del Sur, habrá de pavimentar el gobierno del Estado.

Cascadas de Nuevo San Juan Chamula: un atractivo de Chiapas

lunes, 13 de agosto de 2007



Las Margaritas, Chiapas.- A 90 kilómetros de Comitán, por la carretera fronteriza del sur, en el municipio de Las Margaritas, están las Cascadas de “Nuevo San Juan Chamula”.
Vírgenes aún, porque el turista no llega allá, no las visita, no sabe de ellas.

Y es que, realmente, están escondidas. Desde la carretera, 5 kilómetros antes de llegar al ejido Nuevo San Juan Chamula, existe un mirador, donde se pueden contemplar cuatro imponentes cerros y, hasta abajo, en el fondo, a unos mil metros de altura, el Río Santo Domingo con sus múltiples colores.

La travesía…

Bajar hasta allá implica buscar un camino rústico y comenzar un descenso a ratos peligroso, pero emocionante.

Es una fuerte pendiente, caminando en medio de la jungla, en un camino limpio no por la mano del hombre, sino porque los árboles altos no permiten el crecimiento de la hierba y la maleza.

Por lo espeso de la vegetación al sol no se le ve; tímidamente sus rayos penetran y alcanzan a mostrar el camino, pero lo hace con respeto y consideración al paseante, porque el clima del lugar es cálido, aunque un poco húmedo.

Mientras se avanza, la amenaza de resbalar es permanente, pero aún resbalándose sin control nadie llega más allá de un metro, porque los árboles son miles, a la diestra y siniestra.

La comitiva expedicionaria…



Esta vez al reportero lo acompaña una comitiva compuesta de cuatro autoridades del lugar, entre ellas Agustín Hernández Díaz, presidente del Consejo de Vigilancia, Juan Hernández Pérez (secretario), Salvador Gómez Jiménez (tesorero) y el presidente del Comisariado Ejidal, Domingo Hernández Hernández. Éste, por cierto, resbala en el trayecto, una y otra vez, pero nunca exponiendo su seguridad física.

Mientras, las chicharras se alebrestan y nos acompañan con su trémulo canto, durante toda la travesía, alternándose por grupos, recibiendo así a la visita.

La arboleda…

Las hojas de los árboles caen en miles, muchas lo hacen frente a nosotros, sobre el cabello o el sombrero, luego se deslizan hasta el suelo e inician su conversión en abono natural, en alimento para los grandes árboles de 40, 50 hasta 60 metros.

Los árboles adultos son gruesos, frondosos, fuertes; algunos más, ya entrados en años, quizá en su tercera edad, se ven inclinándose, doblegándose al tiempo, apoyándose en los jóvenes que le sirven de báculo. Los menos aparecen en el suelo, tirados, muertos, pero aún así le siguen dando vida a la vida, a través de los hongos asidos de sus costados, o convirtiéndose en humus y composta.

Ahora el trémulo canto de la chicharra es acompañado del murmullo del río con sus chiflones, toda una invitación a terminar el descenso a la ribera, para tocar las aguas y enjugarse el rostro, para quitarse un poco el sudor o simplemente refrescarse.


Llegando al río Santo Domingo…

Estamos a unos cuantos metros del río y aun cuando la jungla se interpone, se alcanza a ver su colorido diverso, con distintos tonos de azul, distintos tonos de verde, con la blanca espuma, es el Río Santo Domingo, bastante joven en esta parte, resoplando sus chiflones, con tanta vida, con tantos peces y cangrejos.

Es realmente un río imponente por lo bello, por lo profundo, por lo fuerte, pero igual es indulgente por lo fresco, y a un solo tiempo asusta con sus remolinos y complace a la vista por sus colores.
Al chapuzón nadie se resiste y de pronto dan ganas de retar a la corriente y, flotando, a la misma profundidad de las aguas, multicolores por cierto, pues se trata de un río diverso, con muchos afluentes, y aquí, exactamente aquí, hacen reunión el río guatemalteco y el mexicano. El contraste de sus colores es evidente, con tonos de azul uno, con tonalidades verdes el otro.

Decenas de cascadas…
Y las cascadas están a la vista, precisamente en el río mexicano, el Santo Domingo, con sus dos altos cerros escoltándolo.
Con espumas blancas, haciendo más grande y caudaloso al Santo Domingo.

Decenas de cascadas…


Y las cascadas están a la vista, precisamente en el río mexicano, el Santo Domingo, con sus dos altos cerros escoltándolo.

Y, como magia, de ambos cerros brotan otros ríos, grandes chorros con espumas blancas, haciendo más grande y caudaloso al Santo Domingo.

Aún para quien solo camina, sin meterse a las aguas, con sus remansos y pozas, también es disfrutable porque los chiflones azotan a las rocas y aparece la fresca brisa mojando el rostro, la mirada, el alma, mojándolo todo.
Mientras, los peces se asoman, nos miran, saludan con la cola y las aletas, y regresan.
Mágico Chiapas…
De alguna manera aquí se le mira el rostro a Dios, porque tanta grandeza abre paso a una sola certeza: este río, soberbiamente bello, no fue creado para algo simple, sino para decirle al mundo que éste pedazo de México es Chiapas y es mágico.
Y de esto dan cuenta las propias peñas, emergiendo entre la arboleda, como testigos discretos, como el nicho de las flores diversas en su especie y sus colores, abrevando y creciendo en la vera, entre los musgos, dándole más color a las aguas, muchas de ellas retozonas y ruidosas.

Las chicharras siguen con su canto, constantes, generosas, aunque a ratos parecen callar; no se sabe de cierto si callan porque se asustan cuando uno se acerca a los grandes chiflones, o éstos hacen callar a las chicharras, apagándole su voz trémula con sus fuertes chiflidos.

Mientras tanto, decenas de cascadas forman gran cantidad de figuras, como cortinas blancas, colas de pavo real, hilos de plata que duran un instante y se renuevan en el otro, o simplemente convirtiéndose en nube e inundando los pulmones, mojando la mirada, aligerando el alma y regalándonos más vida.

Actividades turísticas….


Para el raffting hay magníficas corrientes y rápidos donde navegar con los cayaks. De hecho, aquí puede iniciarse una muy buena aventura, río abajo, avanzando por el mismo río hasta llegar al Embarcadero Jerusalem, Causas Verdes Las Nubes, entre otras maravillas naturales.

Para la práctica del rappel están impresionantes rocas altas, escarpadas, y el imponente cerro Sakchén, de más de mil metros de altura, desde donde se podrán tomar fotografías panorámicas.

Ésta es una belleza de Chiapas, que está a la espera de ser conocida.




En Chiapas, el Gran Cañón del Sumidero

lunes, 6 de agosto de 2007


No es la falla de San Andrés sino el tino de Dios que lo dejó ahí para que los indios chiapas no cayeran en las manos asesinas del Capitán Diego de Mazariegos.

Quiso Dios, el suyo o el nuestro, que tomaran un respiro en caída libre de más de mil metros hacia abajo, recobraran fuerzas, y no perdieran la batalla sino ganaran la guerra invasora del viejo mundo.

La ruptura del Macizo Granítico de Chiapas no fue una falla, sino ingenio para que la entidad no se quedara sola.

No debe haber soledad, olvido y muerte causada por un capitalismo salvaje si está ahí, en la falla de San Andrés, el Gran Cañón del Sumidero o, mejor aún, el Gran Cañón de Chiapas, no como símbolo o mito, sino como realidad mirable, tangible.

No, porque está el Río Grijalva, portentoso afluente por donde salían el ámbar y el cacao, y llegaban el jade y la obsidiana.

Sí, la superficie de la Tierra está rota.

Pero, en lugar de separarlos en dos mundos, una a un pueblo en torno suyo y lo convierta en algo más que símbolo y mito. Que esa obra de los dioses sea hoy tarea de los hombres y mujeres cuidarla y hacerla más bella, y se declare a esta agua, a este cañón, a esa flora y a esa fauna, patrimonio de la humanidad.

Que el Gran Cañón del Sumidero sea a la vez el Chiapas a dos vientos de Sub Comandante Insurgente Marcos, y el Chiapas a dos orillas de Rosario Castellanos.

Está ahí la ceiba de los mayas, cercano y tangible, no mítico o histórico, donde miles de estudiantes pueden recrear el texto de sus libros y elaborar mejores historias, verdaderas, bellas.



No era peor la tragedia de ser cañón sin río que ser río sin pez, como temía nuestra Rosario, porque aquí, en el gran cañón, acaban para siempre los dos miedos.

Pero aquí, también, se abre un catálogo de ficciones y derrama la pluma su tinta; sola, viva.

Aquí se hace más fotografiable aquel Chiapas multicolor que inspiró a los tejidos mayas.

Aquí, a ratos, se olvida el mortal de sus penas y los habitantes de la entidad que de Chiapas, el nuestro, el de todas y el de todos, salió la mayor riqueza rumbo a la gran capital, dejando a cambio su huella pestilente y mortal.

Aquí, a ratos, se olvida uno de los colmillos de Petróleos Mexicanos y su nefasta ola de destrucción, en medio del verde turquesa chiapaneco; deja huella sacar más de cien mil barriles de petróleo y cientos de miles millones de pies cúbicos de gas.




“¿Qué deja la bestia a cambio de todo lo que se lleva?”, preguntaba Marcos. Deja la fatalidad, pero no, no el olvido, porque acá está el Gran Cañón del Sumidero, muy de él, muy mío, muy nuestro.

Aquí está el Gran Cañón para convertir el desenfreno en verso.

Aquí se puede mirar, sentir y fotografiar el fresco viaje de la brisa hasta convertirse en beso.

Aquí Chiapas deja de ser un río sin rienda y toma cauce y rumbo.

Aquí se inspiró Enoch Cancino Casahonda sacando a Chiapas del olvido, al que vio brotar de un mar ebrio de espuma o “del cósmico vientre de una aurora”.

Aquí lo describió mágicamente con su pluma, colocándolo en el cosmos convertido en flor al viento.




Aquí, a partir de él, morir no es el final de una existencia sino besar su tierra para siempre.

Aquí le canta él, así:
CANTO A CHIAPAS
(ENOCH CANCINO CASAHONDA.)

Chiapas es en el cosmos, lo que una flor al viento
es célula infinita que sufre, llora y sangra,
invisible universo que vibra, ríe y canta.
Chiapas, un día lejano y serena y tranquila y transparente
debió brotar del mar ebrio de espuma,
o del cósmico vientre de una aurora.
Y surgió inadvertida como un rezo de lluvia entre las hojas,
tenue como la brisa, tierna como un suspiro,
pero surgió tan honda, tan real, tan verdadera y tan eterna,
como el dolor que desde siempre riega su trágica semilla por el mundo.
Desde entonces Chiapas es en el cosmos lo que una flor al viento,
Chiapas nació en mí, con el beso primario en que mi madre,
marcó el punto inicial del sentimiento.
Chiapas creció en mí, con los primeros cuentos de mi abuelo,
en la voz de mi primer amigo y en la leyenda de mi primera novia.
Desde entonces Chiapas es en mí: Sangre, beso, voz y leyenda,
y fue preciso que el caudal de los años se rompiera,
sobre mi triste vida solitaria, como la espuma en flor, de roca en roca,
Para saber que Chiapas no era solo río,
para saber que Chiapas no era solo estrella, brisa, luna, marimba y sortilegio
para saber que a veces también era, la indescriptible esencia de una lágrima,
algo así como un grito que se apaga y un suspiro de fe que se reprime.
Supe que Chiapas no es sólo el insomnio de la selva
besando la palabra de los vientos,
y el río llorando epopeyas en el torrente de las horas viejas
percibí en ella una sed insaciable de nuevos horizontes
un ansia inconfesada de compartir su vieja voz de arrullo,
su triste voz, triste como la imagen del indio
clavada entre la cruz de sus caminos.
Más supe que Chiapas era el callejón, aquel donde labraba el tiempo
aquel olor a lluvia que cantaba la santidad de nuestras almas niñas,
y supe además que a ratos era una fiesta de luces en el barrio
el aroma infinito de una ofrenda;
y una marimba desafiando al aire profanada de cohetes y campanas.
Chiapas, he de volver a ti, como un suspiro al viento
como un recuerdo al alma,
he de volver a ti, como el cordero fiel de la leyenda,
para ser una nota que perdida vague en la soledad de tus deberes
para ser una más entre redes tejidas con el hilo del incienso;
y beber el poema de tus noches en la leyenda azul de tus marinas;
y cuando viejo, solo y abatido se aproxime el final de mi existencia,
he de besar tu tierra para siempre,
a esa bendita tierra que cual ella me hiciera
con un alma de cruz y de montaña.

La Ruta para llegar

El Cañón del Sumidero se encuentra ubicado en México. Hay que viajar a Chiapas. Llegando a la capital, Tuxtla Gutiérrez, el turista debe encaminarse al municipio de Chiapa de Corzo, a un fresco lugar conocido como Cahuaré, en pleno Río Grijalva, de gran caudal.

Lo ideal es llegar temprano, desde las 9 de la mañana, para partir del embarcadero en lanchas compartidas.

El viaje

El trayecto en lancha es una delicia, a lo largo de sus 27 kilómetros, que se hacen breves.

Es mágico, de principio a fin.

Impresionantes vistas del cañón y formaciones geológicas en los acantilados y a las orillas del río van apareciendo mientras se avanza a lo largo del caudal, de una orilla hacia otra, según se vayan presentando.

Las aguas, cada vez más profundas, adquieren diversos colores según la vegetación y la altitud de las montañas.

Las aves surcan el cielo y coquetean con los cerros.

El cocodrilo asolea su cuerpo y se mantiene quieto, como esperando la foto.



La iguana multicolor avanza frente a los buites y garzas.



Las cuevas del Silencio y de los Colores son parada obligada, prevista por el operador y, a lo lejos, la estalactita convertida el caballito de mar, única especie animal donde el que se embaraza y da a luz es el macho.

Pero el Árbol de Navidad es parada que exige el turista, tan pronto aparece ante la vista, desde lo lejos, por su gran tamaño.

En la punta del árbol aparece una imagen, no de un “Santa Claus”, sino del famoso Osama Bin Laden, tanto odiado por Tío Sam.



Para quien así lo desee puede detenerse desde las 10 hasta las 16:30 horas en un paradisíaco Parque Ecoturístico “Cañón del Sumidero”.

Desde la Tirolesa el turista podrá admirar la naturaleza con la perspectiva del vuelo de las aves o la del viento que cruza las cañadas.

O podrá practicar el rapel en caída libre de 15 metros y otros tantos frente a una pared de roca.

O escalar en una pared con un ángulo de 90 grados y emprender el desafío de llegar a las alturas.

O navegar en un kayak en las aguas del río Grijalva y dirigirse a la Bahía de Los Monos.

O simplemente pasear a caballo por el espeso bosque, siempre acompañado del sonido del viento y del canto de las aves, en concierto.

Flora y Fauna


A fin de no acudir al Internet o la fotografía para conocer al tucán está disponible esta simpática ave en el Parque Ecoturístico. También está el hocofaisán, el venado cola blanca, el puma, monos araña y, por supuesto, el jaguar.




RECORRIDO EN LANCHA para llegar a LAS PALMAS (Municipio de Acapetagua) -1_2-