Las Guacamayas


Rappel en la Sima de las Cotorras

martes, 20 de enero de 2009



Disraelí E. Ángel Cifuentes


Bajar los 145 metros de la Sima de las Cotorras, sita en el municipio de Ocozocoautla, Chiapas, en la Reserva de la Biósfera "El Ocote", era un reto pendiente para 2009, lo mismo que recorrer el río San Vicente en Tzimol y subir el Tacaná, allá en la frontera con Guatemala.
Con Sari, Lalo, Deni, Eliseo y Jany llegamos el domingo 18 de enero, muy temprano, pero no lo suficiente como para ver la salida en espiral de las cotorras.
Luego de esperar el paso de alguna cotorra verde y, mientras tanto, reposar el desayuno en el restaurante del bello lugar, nos encaminamos hacia el sitio donde se haría el descenso.
Francisco Díaz San Román, el guía, había tirado al precipicio una larga cuerda, superior a los 145 metros, según sus propias palabras.
Y, una vez firmada la responsiva, colocó mosquetones, arnés, cintas, pechera, pedal, puño, crol y cinta de anclaje.
Al final puso la "rosadera", para evitar daño en la cuerda y eventuales accidentes, para lo cual la Sari se había hecho cargo, invocando a la corte celestial.


Inicia el descenso…
Era un buen día, con un Sol indulgente, las nubes habían hecho su parte, cubriendo mi cabeza, allá en lo alto.
"Échese para atrás, suelte la cuerda, apriete el…।", explicaba Francisco; mi vida dependiendo de sus destrezas.
De pronto me vi en pleno descenso, gruesas gotas de sudor frío mojaban la frente, pero llegamos con relativa facilidad al fondo de la sima, ahora protegidos con la espesa sombra de los árboles de chicozapote, guayabillo, caobas, jocotes y cedros.
Jany arribó más tarde, sin dificultad alguna; nos encaminamos a la gruta, donde la chica pidió no entrar por fobia a las arañas.
Recorrimos, bien abajo, los 90 metros de esa gruta, donde seguramente, hace miles de años, viajó algún río subterráneo, a juzgar por el arenal que se encuentra en el lugar.
La luz del casco alumbraba el camino, de ida y vuelta, para poder admirar las extrañas figuras compuestas por estalagmitas, estalactitas y estalagmetos, en la sinuosa cueva.
¿Dónde estaban las cotorras? ¡Quién sabe!




El ascenso…
Pero aprender la técnica del rappel para el ascenso me tomó varios minutos. Como mera práctica comencé a jalar la cuerda, y a subir.
No dominar el mecanismo hacía trabajoso el intento, pero eso se remediaba con el uso de la fuerza de brazos y pierna, una de ellas: la del pie de apoyo.
Los primeros cinco metros los habré hecho con las dificultades de todo novato, pero los cinco siguientes resultaron más complicados, y aún faltaban más de 130 metros.
Comencé a sudar.
Minuto a minuto las cosas se complicaban cada vez más. ¿Dónde estaban las cotorras?
Cinco metros arriba estaba realmente exhausto. Jany y el guía me invitaban a seguir adelante, pero me resultaba difícil.
Me abracé de la cuerda como náufrago en alta mar, pensando en descansar. ¿Dónde estaban las cotorras?
Minutos después, a insistencia del guía y Jany, decidí reiniciar, recuperadas algunas fuerzas.
Opté por contar hasta tres para dar un tirón, luego otro y uno más, invocando ya a la fuerza de la voluntad, no al físico.
A los tres intentos el descanso se hacía inevitable, no había cómo seguir jalando hacia arriba.
Luego de un brevísimo descanso otro intento: uno, dos, tres y tiraba hacia arriba; y otro conteo de tres para el segundo tirón ascendente.
Al tercer intento de ascenso con el conteo a tres hice un descubrimiento: ya sólo tenía fuerza para intentar un jalón, uno solamente, para luego ponerme a descansar.
Ahí el guía corrigió mi técnica para descansar, pues mi forma de hacerlo sólo me desgastaba más.
"No se agarre de la cuerda, descuelgue los brazos, haga el cuerpo hacia atrás sin miedo, como intentando acostarse". Lo intente y resultó, pero ya quería quedarme ahí para siempre, o dormir un rato; no era buena señal.
Comenzaba a preocuparme.




¿Dónde estaban las cotorras?...
Después de varias llamadas de atención y convocatorias poco amables a seguir hacia arriba, decidí volver al conteo, pero ahora hasta cinco.
Uno, dos, tres, cuatro ¡cinco!, y dale un tirón.
Y así sucesivamente, hasta alcanzar otros cinco metros. Ahí encontré un peñasco donde pude pararme, para ya no estar en vilo.
Los minutos trascurrían a ritmos distintos: rapidísimos para mí, y eternos para mis compañeros de travesía.
Diez minutos después volví a la cargada.
Uno, dos, tres, cuatro ¡cinco!, y hacia arriba.
Uno, dos, tres, cuatro ¡cinco!, y otros 30 centímetros más.
Después, sin embargo, ya ni a los cinco podía dar el jalón ascendente.
Otro descanso de 10 minutos, brevísimos para mí, y a jalarle de nuevo.
Entonces el guía desesperó y llegó hasta donde me había estacionado.
Con su motivación volvía a la estrategia del conteo, pero ahora pronunciaba otros números.
Decidí cerrar los ojos y así, mientras invocaba el apoyo de las cotorras verdes, en cuyo nombre había hecho el descenso, contaba hasta diez, y tiraba.
Uno, dos, tres, cuatro cinco, seis, siete, ocho, nueve, ¡duro!, y otro tirón hacia arriba, para estacionarme otros diez segundos, o quizá más.
Una hora después alcancé la copa de un árbol de chicozapote, de unos 60 metros de alto, generosa su sombra, poderoso el tallo. Quise alcanzar una rama.
Mirar hacia arriba era desesperante, porque la cuerda parecía infinita, pero voltear hacia abajo era escalofriante.
No había de otra: o seguía o… No, aquellos tiernos abrazos recibidos antes del descenso no debían ser los últimos.
La pierna derecha comenzó a flaquear, y de hecho perdí toda posibilidad de intentarlo con ella. Un calambre amenazaba sobre la extremidad, había dado lo último.
La izquierda salió al paso, de pronto parecía retomar el paso, pero al poco tiempo también dio de sí, porque los brazos casi no ayudaban, no debía dejarle toda la responsabilidad a la zurda.
El esfuerzo, a esas alturas, era titánico.



Pero, ¿dónde estaban las cotorras?...
Cada jalón hacia arriba acaba con mis reservas de glucosa.
El guía estaba desesperado, pensando ya en subir para pedir auxilio a Protección Civil.
De pronto una abeja se posó sobre mi ojo izquierdo, amenazando con su aguijón mi párpado, por mero reflejo lo cerré a tiempo. El guía lo vio y bajó dos metros.
"No se mueva, no toque su cara, se la voy a quitar", dijo, preocupado.
Un piquete del avispón hubiera desencadenado en mi cuerpo una reacción alérgica: calentura instantánea, comezón en todo el cuerpo y vómito habría enfrentado, a mitad del cerro. Sólo una dosis de avapena me habría salvado la vida, pero eso implicaba suspender el ascenso y mandar por el medicamento; Francisco, mi paciente guía, debía hacerla de enfermero, a esas alturas.
Con un golpe rápido del dedo medio, el guía quiso quitármela de encima, pero falló en su primer intento, y antes de ver el aguijón aumentando mi predicamento, me la quitó, en el segundo movimiento.
La calma (relativa) volvió a mi agitadísimo corazón.
"Apúrese, haga un último esfuerzo, porque aquí hay una colmena, no se vayan a enfadar las avispas de usted", dijo, aprovechando la situación.
Quién sabe de dónde pero súbitamente me hice de la fuerza suficiente para avanzar con mejor técnica y rapidez.



Ufff y recontra ufff….
Al fin llegamos al metro 100, bueno, al 99, donde ya no pude avanzar un centímetro más.
Pero en ese tramo había lugar dónde poner los pies, para escalar de piedra en piedra, poniendo a trabajar otros músculos.
De ese modo alcancé el metro cien, aún a 45 unidades de la cima, muy lejos de donde quedaron amarradas las cuerdas del rappel, prendidas al árbol de higo de pedregal, con tres anclajes de seguridad.
Por fin podía suspender el rappel, para terminar el ascenso a pie, por tierra firme, en el sendero hecho para hacer la llamada Caminata Perimetral de la Sima de las Cotorras, hasta arribar al restaurante.
A pesar de todo, avanzar de ahí hasta donde me esperaban esposa e hijos no fue sencillo, pero a aunque desfalleciera, había donde acostarse para reposar los músculos.
Decidí, no obstante, avanzar hacia donde ya me esperaban con ansiedad, obviamente a paso muy lento, pero ya sin la tensión del rappel.
Diez metros antes de llegar grité con todas mis fuerzas para solicitar auxilio, y así, con apoyo, alcancé llegar a piso firme, en el restaurante, donde la Sari, al fin médico, me brindó los primeros auxilios, ofreciéndome un trago de coca-cola, para recuperar la glucosa y, luego de quitarme las botas siete leguas, me recostó.
Carta de las cotorras…
Minutos después desperté frente a una carta de una de las cotorras de esta sima, la dejaron ahí antes de partir:
"Hola ¡Soy la cotorra verde y te doy la bienvenida a mi casa, la Sima, una verdadera maravilla geológica…
Solía vivir desde el centro de México en los estados de Oaxaca, Oaxaca, Veracruz, Tabasco, Chiapas, hasta Centro América, en Guatemala. Sin embargo, la cacería ilegal y la venta de muchos ejemplares de mi familia me ha puesto en serio peligro de extinción. Ahora vivo en territorios cada vez más pequeños.
Luzco un plumaje totalmente verde con pequeños puntos naranjas en el cuello, los cuales me diferencian de mis otros parientes. Desde mi cabeza hasta la punta de mi cola mido unos 30 cm. A pesar de ser ligera (aproximadamente 250 gramos) soy fuerte y mi pico es bueno para romper nueces duras.
Me podrás observar en la sima en los meses de marzo a octubre debido a que encuentro aquí mi alimento (higo, zapote y mujú). Me encanta este lugar Aquí puedo buscar mi nido en sus altas paredes alejados de los cazadores y reproducirme con toda tranquilidad. Cada año en los meses de marzo y abril, pongo dos huevos que protejo durante 45 días hasta que finalmente veo nacer a mis chiquillos. Los cuido con mucha atención durante tres meses buscando el alimento por ellos, hasta que se vuelven independientes.
Ahora que ya conoces un poco más de mí disfruta de la maravillosa sima y disfruta escucharme mientras vuelo en su interior. Te pido el gran favor de no comprarme en los mercados y si me ves atrapada, ayúdame a encontrar la libertad otra vez.
Agradezco mucho a mis amigos de la Cooperativa Tzamanguimó por cuidarme y respetarme y a ti porque con tu visita participas en conservar mi casa".
La Cotorra Verde
(Aratinga holochlora)

Por cierto, Jany subió con suma facilidad, utilizando un diez por ciento del tiempo invertido por mí. Y no sólo subió hasta el paso de la Caminata Perimetral, sino hasta la cima, como para demostrar que “sí se puede”.
Ella, por supuesto, es joven, fuerte, no toma trago ni fuma, y seguramente practica algún deporte.

RECORRIDO EN LANCHA para llegar a LAS PALMAS (Municipio de Acapetagua) -1_2-