Nace en las montañas de Guatemala y desemboca en el Golfo de México. Es el río Grijalva que, a lo largo de su recorrido, abastece a las presas de La Angostura, Chicoasén, Peñitas.
Es cada instante distinto, pero impresionanantemente bello, también a cada instante.
En su recorrido encuentra distintos lugares y a variada gente, por lo que toma diversos nombres, según los pueblos y lenguas que lo bauticen.
El tramo más impresionante del Grijalva inicia en Cahuaré, al pasar la colonial Chiapa de Corzo.
Ahí, lo que otrora fue un río innavegable, ahora lo zurcan centenares de lanchas panorámicas con miles de paseates, nacionales y extranjeros.
Fue gracias a la construcción de la presa Chicoasén, a cargo del ingeniero Manuel Moreno Torres, que el Grijalva subió de nivel y, así, permitir la navegación.
Un aproximado de 200 metros subió este río, cerro arriba, sepultando casas, templos, escuelas y todo lo que halló a su paso, incluyendo al extinto Usunacinta, cuyo pueblo debió emigrar a zonas más altas, donde no los alcanzaran las poderosas corrientes del Grialva.
Aún así, del nivel actual del portentoso río a la parte alta de los cerros que lo escoltan la distancia es superior a los mil metros.
Y, si recorrer su cause en este tramo es expectar algo sencillamente maravilloso, admirarlo desde las alturas resulta verdaderamente irrepetible, único en el mundo.
Desde la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, irrumpiendo en el cielo chiapaneco, emerge el cerro imponente, cual vigía que no duerme, como lo describiera el poeta chiapaneco, Enoc Cancino.
El camino hacia el norte que conduce a esa maravilla natural se alarga hasta los 18 kilómetros a pesar de estar mucho más cerca, ello debido a lo empinado del terreno.
Tal geografia sólo podía ser conquistada así: a tentativas, como rindiéndole tributo, a través de trazos horizontales, osando avanzar en línea vertical apenas unas centenas de metros, so pena de regresar hasta el punto de partida y besar la tierra para siempre.
Así, poquito a poco, se llega en auto al primer mirador, de los cinco disponibles al turista, no sin antes admirar una diversisad de fauna terrestre que osan cruzar el camino, durante el trayecto.
También asoman a la vista cientos de árboles de framboyán, contrastando el color naranja y rojo de sus hojas, con el verde de la arboleda propia del clima tropical.
Al llegar al primer mirador el visitante encuenta la rica sombra de una frondosa ceiba, de donde, por cierto, toma su nombre el lugar.
Empero, nadie se detiene a reposar bajo sus ramas, que luego retienen al viento para mayor disfrute del paseante.
Es mayor la atraccion que ejerce el Gran Cañón del Sumidero, esa mal llamada falla geológica que ofrece paredes verticales de hasta mil 200 metros de altura y cuya edad acanza los 12 millones de años. El ancho del cañón varía entre 1 y 2 km.
En el Mirador La Ceiba se comienza a admirar este río que recorre la depresión central y meseta central, pasando por las Sierras del Norte, el mismo que desciende la llanura de Tabasco hasta unirse al río Usumacinta y, juntos, desembocar en el Golfo de México.
Después de dejarse conquistar por el Gran Cañón en esa parte inicial, aun no tan elevada, se retoma el camino cerro arriba, a 30 ó 40 kilómetros por hora, a fin de detenerse a admirar, por ejemplo, una iguana o gato de monte que osan cruzar frente al paseante, como diciendo “estos son mis dominios”, delimitnando y, aún, presumiendo su territorio.
O bien esperarse a conocer un hocofaisán, mono araña, ocelote, tepezcuintle o venado cola blanca. Al estar en su hábitat natural y libres aparacen cuando así se les antoja, no cada vez que se le quiera ver, pues no están en ninguna jaula o prisión.
Si sólo caminar en el bosque y guardar un poco del cielo de Chiapas en los pulmones es un buen regalo, coincidir en el camino con una de estas especies es un extra que pocas veces y no en todas partes se suele presentar.
Esto, sin embargo, puede darse en el trayeto del anterior al Segundo Mirador, La Coyota, donde ya, por cierto, se puede apreciar la formación conocida como El Escudo de Chiapas, dos impresionantes cortes verticales a sendos cerros, adornados de cactus, helechos e, inclusive, árboles caprichosos que, pudiendo nacer, crecer y reproducirse en cualquier parte, quisieron hacerlo aquí, justamente, y ser parte del paciente y eterno vigía que no duerme.
En el Mirador El Roblar se camina por un sendero de aproximadamente 360 metros, debajo de las sombras de una arboleda de selva mediana que incluye bromelias, café, amates, entre otros.
El precipicio hacia abajo alcanza los mil 200 metros sobre el nivel del río.
Mirar hacia el fondo es dejarse arrastrar por la pendiente, que el agua ha erosionado con el tiempo, embelleciéndolo. Lo acompaña una zona de vegetación selvática muy rica, donde habitan monos araña y especies en peligro de extinción.
Un peñazco enorme se interpone a la vista, el recorrido de las lanchas panorámicas que van río abajo se interrumpe por el cerro, que se convierte en motivación para seguir hacia los demás miradores, siempre hacia arriba.
El Tepehuaje, el cuarto mirador del recorrido, es por demás atractivo. La estampa es soberbiamente bella. Las vistas son imponentes. El Grijalva enseña desde el Tepahuaje dos tramos curvos, con vegetación abundante hacia cualquiera de los lados.
Alcanzar el Quinto Mirador es asomar al cielo. Dios quiso a sus hijos de esta tierra, es evidente, y agradecerle el regalo convertido en un gran cañón es admirar la estampa sin contaminar el ambientel.
Que si los chiapanecos se sienten orgullosos de esta maravilla aquí dejada por Dios puede verse al leer en una placa en el quinto mirador, donde además está un restaurante donde se puede comer deliciosos platillos regionales.
La placa reza:
“Sumidero. Aquí luchó la patria con la patria, en la génesis gloriosa de la historia.
Aquí brotó la raza por la raza, coronando sus sienes con la gloria.
En tu cañón retumba la esperanza de un pueblo que tramonta el pensamiento.
Una nación que forja a cada paso el símbolo grandioso de su encuentro.
Aquí brota la esencia de lo nuestro entre grutas, alturas, precipicios.
Para cantar evidencias a los indios aquí corre el caudal de nuestros siglos.
César Pineda del Valle.
Octubre de 1999”.
¿Iría este señor hasta allá para mirar de cerca de la luna de octubre? Quién sabe, pero escribió bonito.
Otra placa reza:
A Eduardo J Selvas por su oración del indio
“Sumidero.
En medio de tus brazos sumidero
Ha palpitado mi pecho con lo eterno
Bien podrán los cataclismos traicioneros
Mancillar el portento de tus cerros
Que de hinojos por tu gloria los humanos
Serán eco del clarín de tus guerreros
Y en la vida que tramonta las edades
Más allá de las noches de los males
Ha de ser la eclosión de mis cantares
Palpitar de los Chiapas y tu nombre
Gumaro”
Cómo no inspirarse aquí, ante la vista panorámica más impresionante del Cañón del Sumidero, conquistado por el grupo explorador “Pañuelo Rojo” en 1960, cuando la distancia hacia el río desde aquí era superior a los mil 400 metros de altura y el recorrido era sólo posible para deportistas exremos, capaces de mirar cara a cara a la muerte.
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