El 23 de febrero reiniciamos la travesía de
El río es, en todo el trayecto, muy joven, pero cada vez más profundo y caudaloso.
Los chiflones con las blancas espumas aparecen a la vista, aderezados con el verde de la arboleda, en su mayoría sabinos.
Cada chiflón, por pequeño que sea, genera una fresca brisa que el viento levanta y lleva al rostro del paseante.
De los cerros van bajando pequeños arroyos para alimentar y darle mayor vigor al San Vicente.
Avanzar hacia abajo requiere de un zigzagueo intermitente, caminando unas veces a la derecha y otras a la izquierda del río, con el fin de evitar mayores riesgos.
Los árboles de sabino se suceden unos a otros, la mayoría con vida acuática permanente.
El guía en esta ocasión es Martín Cordero Cano, un habitante de la cabecera de Tzimol, quien en sus tiempos mozos caminó varios tramos del río San Vicente, pescando carpas.
A muy temprana hora nos vimos obligados a meternos al agua, a pesar nuestro.
Cuando llegábamos a alguna poza generalmente acompañaba a ésta un tramo del trayecto bastante accesible.
Pero tratándose de un cañón, los accidentes geográficos están a la orden del día y metros después aparecía el rugir de un nuevo chiflón o el puente de acceso a una de las decenas de islas que aparecen a lo largo del río.
Así avanzamos, de tramo en tramo, de piedra en piedra. Cada chiflón y su caída de agua parece acompañado de otras caídas, pero de las nuestras.
Pero las caídas de agua son cada vez de mayor altura, y la fuerza de la corriente va siempre en aumento.
También van apareciendo a la vista puentes naturales formados por algún árbol vencido por los años, con cuya caída abre paso al sol para que otros árboles y plantas comiencen a crecer y a subir al cielo, limpio en esta zona.
De pronto nos topamos con un flujo de agua que caía con gran presión desde varios metros arriba.
Camino arriba, encontramos una galera hecha a base de madera y lámina donde dos campesinos trabajaban acarreando caña.
Luego de reunir la cantidad de caña del día, alrededor de diez tercios, desviaron todo el fluido acuífero hacia la rueda hidráulica, que de inmediato puso a trabajar el trapiche.
Mientras una persona metía la caña para que fuera triturada por el trapiche, un niño recibía el bagazo del otro lado.
Un segundo después la miel de la caña molida se deslizaba por un ducto hasta el perol, colocado sobre el horno, hasta verlo casi lleno.
Después colocaban bagazo de caña seca para prender fuego en el horno, hasta el grado de ebullición.
Mientras se calentaba limpiaban de impurezas la miel, y tiempo después, cuando después de hervir un rato comenzó a espesar el contenido, llenaron los moldes.
Mientras, Gerardo Velasco Gordillo, de la cabecera municipal de Tzimol, explicaba que cuando ya se considerara listo sacarían las tapas de panela para envolveras en un atado, y así se colocarlas en el mercado.
Toda esta labor artesanal ocurre a la vera del Río San Vicente, justo donde hace una curva y el terreno más amable para avanzar, al menos por arriba, donde está el cañaveral de Gerardo y sus dos hermanos.
De hecho, en el tramo que avanzamos en las siguientes dos horas cruzamos otras propiedades, donde siguen apareciendo más y más arroyos y los propietarios han desarrollado diversidad de proyectos productivos, entre piscícola, ganaderos, hortícolas y demás.
La riqueza de los terrenos en el lugar salta a la vista.
En el cauce, los sabinos siguen sucediéndose, aprovechando la corriente.
Los chiflones también, uno tras otro, siguen animando la caminata; apenas aparecen unas tranquilas pozas ya se deja escuchar la presencia de otro, metros abajo.
También aparecen islotes, donde los bejucos han crecido tanto como los altos sabinos, o más, porque lo rodean o se agarran de otros árboles para que las ardillas viajen de un lado a otro del río.
El agua sigue su paso, abriendo cavernas o inventando islotes.
Cada vez el caudal y la fuerza del río aumentan, porque el descenso sigue con fuertes caídas, en chorros.
La vegetación va cambiando, poco a poco, encontrando árboles propios de tierra cálida, conviviendo con los de tierra fría.
La audacia del guía permite desafiar el más fuerte chiflón del día, ruidoso y arrogante, apaciguándose
Minutos antes un pizote debió cruzar el lugar donde pisamos, pero la vista de un puente hamaca indica que, por ahora, debemos suspender la aventura y caminata.
El Velo de Novia seguirá allá abajo, mientras tanto, esperándonos.
1 comentarios:
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