Las Guacamayas
Río La Venta, lugar donde llora un cerro a cascadas
domingo, 3 de febrero de 2008
DISRAELI E. ÁNGEL CIFUENTES
Ocozocoautla, Chiapas, México.- Me zambullí en el río La Ve nta.
Sin más testigos, fui un Adán en la tierra prometida, saltando de piedra en piedra, corriendo en el arenal, aventándose a las pozas.
Sabía del río La Venta por fotografías encontradas en periódicos e Internet, nada más. Parecía tan lejano, era sólo una promesa.
Deseaba ya oír su canto, ver su caminar sinuoso, sentir su caricia y abrazo, vivirlo aunque fuera un instante.
Caminaba solo hacia las cascadas “El Aguacero”, protegidas por la Reserva de la Biósfera “El Ocote” (un impresionante bosque lluvioso con extensión de más de un millón de hectáreas, ubicado allá en el Valle de Cintalapa, en el estado de Chiapas, al sur de México, y registra una altitud menor a los 900 metros sobre el nivel del mar, por lo que el clima es cálido húmedo).
Pero, siendo aguas tan frescas y transparentes, las del río La Venta son sencillamente irresistible, ni hay por qué sustraerse a la experiencia del zambullido, de chapotear en ellas despreocupadamente, quitados de la pena, mientras se contempla el azul cielo y las escarpadas montañas, enormes cerros rocosos con cortes verticales, de colores diversos, con predominio del rojo.
Hasta allí, a enormes alturas, quizá unos doscientos metros sobre el río, surcando el cielo, se dejan ver las cascadas “El Aguacero”.
Miríadas de cascadas brotan del cerro e irrumpen en el cielo, que a ratos parecen luces de bengala, cayendo luego sobre el rostro y el cabello, los hombros y la piel sedienta de lluvia, después de descender las 724 gradas del andador hecho a base de concreto hidráulico que ayuda al paseante a bajar la enorme montaña.
Contemplando El Aguacero volví a bañarme como Adán en la tierra prometida, y a quitarme la arena de la caminata en la vera con la fresca lluvia, mientras le tomaba fotos para mostrarlo al mundo.
Los chorros de agua brotan desde la parte más alta del cerro, pero en el viaje hacia el río se descomponen por la acción del viento que sopla traviesamente, convirtiéndolos en lluvia, en brisa o suave caricia.
Es un aguacero que cruza de cerro a cerro, mojando ambas paredes del cañón de La Venta.
Las cascadas siguen brotando incesantes, a ratos teniendo como testigo a un sol indulgente que convierte a la lluvia en juego de luces, y a su vez la brisa le responde al astro rey descomponiendo sus rayos en arcos de colores que se repiten a diferentes alturas.
Para llegar a esta maravilla natural, protegida por la Sociedad Cooperativa “Centro Ecoturístico Cascada El Aguacero”, luego de llegar a México se debe encaminar a Tuxtla Gutiérrez, capital de Chiapas.
Ahí, en el zócalo, ponga el tacómetro del auto en ceros para iniciar el camino rumbo a Ocozocoautla, mejor conocido como Coita, ciudad que cruzará cuando el marcador de kilometraje recorrido llegue a 30, tomando la carretera federal 190 que conduce a la Ciudad de México.
Ya en “Coita” debe seguir la travesía en carretera pavimentada hacia la ciudad de Cintalapa, y detenerse cuando marque 16 kilómetros , buscando a la derecha el anuncio correspondiente.
Allí el conductor toma por una terracería, a aún con un auto pequeño puede avanzar hacia el ejido Lázaro Cárdenas, municipio de Ocozocoautla, y, de ahí, dos kilómetros adelante encontrará el estacionamiento del Centro Ecoturístico, con una choza, una hamaca, un restaurante y un graderío, el inicio de una larga caminata.
Ya desde que cruza el ejido Lázaro Cárdenas el turista va encontrando sorprendentes paisajes naturales, dominando la vista los dos grandes cerros que forman parte del Cañón Río La Venta.
A ratos uno se detiene a admirar lo escarpado y el color de los enormes cerros cuyos cortes abruptos maravillan al ojo humano y a la lente de la cámara.
Las aves también se ven sorprendidas por el paseante y anuncian su llegada, especialmente la escandalosa urraca, en los meses de noviembre a febrero las cotorras.
El gobierno del estado construyó el camino de acceso, por ahora de terracería: algunos tramos, sin embargo, requirieron de rampas hechas a base de concreto hidráulico.
Al llegar al estacionamiento el paseante se encuentra con el aviso de no cazar animales ni hacer fogatas, para proteger al garrobo, la iguana, el tejón, el tlacuache, los armadillos, el tepezcuintle, el nocturno jabalí y otras decenas de mamíferos e insectos que le dan vida a la biosfera.
Un incendio ahí sería de catastróficas consecuencias, sin duda se salvarían momentáneamente las urracas, tortolitas, cotorras, palomas y chachalacas adultas, pero no sus polluelos, cuyos nidos aparecen en miles a lo ancho y largo de los bosques que integran la biosfera.
Lo que sí arrasaría el fuego son los frescos cedros, robles, mulatos, mujús, ceibas, jobos, guanacastes, entre otros, convertidas actualmente en parte importante de México y del mundo.
Todo esto lo explica el guía turístico que en esta ocasión aguardó nuestra espera con paciencia, Domingo López López, de la etnia tzotzil.
De inmediato nos llevó a la Cueva El Encanto, una gruta a 200 metros del estacionamiento, donde se observa una cruz a la que la gente del pueblo engalana cada 3 de mayo para agradecerle a Dios la bendición que envió al lugar a través de esta gruta.
Se trata de un río subterráneo, fresco y transparente, que viaja discreta, sigilosamente.
En esta cueva El Encanto el río se deja mostrar escasos segundo.
Al entrar a la gruta el paseante puede escuchar el crujir del cerro, tras el golpeteo perenne del sigiloso río, abriéndose paso, golpe a golpe, cada vez menos discreto.
Ambos, cerro y río, aprendieron a vivir juntos y juntos, al final, dieron paso a la maravilla natural que surca el espacio, metros adelante.
Es este río subterráneo el que brota en forma abrupta del alto cerro, también abrupto, donde quiso Dios ver a este afluente emergiendo a la luz del cielo, en lo que pareciera ser la derrota del alto cerro, que, por lo mismo, comienza a llorar a cascadas, miríadas de cascadas que surcan el cielo de la biósfera y viajan empujadas por el viento a varios rincones de Chiapas.
Actividades turísticas…
Nada más delicioso que dejarse mojar por El Aguacero.
Desde antes de llegar a El Aguacero, cuando apenas se acerca uno al río, la fresca brisa acaricia el cuerpo y arroba al alma.
Ya en pleno aguacero la lluvia envuelve todo: al cerro de donde brota, a las peñas de enfrente, a la arboleda y las aves que cruzan esa franja.
La pesca, así, se hace más agradable, y las mojarras se dejan ver en las pozas profundas, mientras el bagre barrigón prefiere no mostrarse, pero igual aparecen las sardinas, macabíes, cangrejos y tortugas.
Pero, cuando el río crece, también se puede viajar en balsas, iniciando aquí un emocionante recorrido para salir al Puente Chiapas, cuatro días después, lo cual puede intentarse en los meses de julio a septiembre, disfrutando las paredes verticales de esa fractura geológica, admirando sus cavernas, los rápidos del río que por algunos tramos se desplaza con una anchura de hasta 90 metros , convirtiéndose de pronto y casi sin aviso en un embudo de menos de diez metros, donde con dificultades y a base de gran presión el torrente se abre camino.
La fotografía también se torna deliciosa y emocionante, resulta divertido cazar al arco iris, quien juega a las escondidas con el Sol y la nube. Cazarlo requiere de un poco de suerte, un buen sol y un viento cómplice que aleje todo asomo de nube.
Publicado por Paco Muñoz en 9:05
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1 comentarios:
Excelente descripcion. Sabes si es posible acampara en esta zona? voy de tour por Chiapas y tengo estas cascadas en mi ruta, pero quisiera ver si s epuede acmpara para no tener que regrsar a Tuxtla.
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