El río Tzaconejá es una tentación.
Ubicado en el kilómetro 39 del tramo carretero Ocosingo a Comitán, a la altura de la comunidad La Mendoza, municipio de Chanal, los chiflones del atractivo natural hacen la convocatoria al turista.
Imposible resistir.
“Pasemos un ratito, por lo menos refresquemos la mirada”, dijo David Tavernier.
Un minuto después nos remojábamos cabezas y pies. Más allá unos niños de dos a cuatro años se daban su chapuzón al estilo Adán.
Más allá un par de adolescentes subían a una escarpada piedra y desde ahí se lanzaban clavados, sobre una posa profunda y fresca, para salir más tarde a la otra orilla del río.
¿De que color es el agua de este río?, le pregunté a Tavernier.
“Azul turquesa, variante según el sol”, respondió, a pesar de su embeleso y el constante clickear de su cámara, que no paraba.
Se hacía tarde y había que regresar para armar el periódico, pero solicitamos otro minuto para caminar por la vereda, río arriba.
A la derecha se veía un amplio espacio verde para correr, jugar fútbol, pasear con la bicicleta o el caballo, e incluso una cancha de básquetbol.
También chozas con fogones listos para colocar la leña o el carbón y hacer la fogata para una buena tanda de carnitas, un buen caldo de gallina o de pescado.
El nuevo minuto concedido para caminar a la orilla del río se convirtió en un cuarto de hora, en el que el reportero Tavernier seguía dándole gusto a la cámara, mientras yo platicaba con el único ocupante de una de las tantas cabañas.
Allá, a lo lejos, un puente parecía invitarnos para admirar al afluente desde las alturas, río abajo o río arriba, según el gusto.
Una piedra colocada en el centro señalaba que ahí terminaba el municipio autónomo de… y comenzaba el municipio constitucional de Chanal.
Y entonces decidimos continuar la caminata hacia el otro lado, para ir a fotografiar al otro río, proveniente de El Vergel.
Varias veredas se ofrecieron para darnos paso, y elegimos el camino más complicado.
Tavernier se equivocó de vereda y llegó a la orilla del río proveniente de Chanal.
La vegetación es densa, tres metros atrás o adelante no se puede mirar la tría de nadie.
Los sonidos que más se perciben, además del canto de alguna chicharra, son los de las caídas de agua del joven río, cada vez más escandaloso.
Mis gritos lo hicieron corregir el camino.
Al llegar al río proveniente de El Vergel el escándalo de sus chiflones era mayor.
En realidad, son estos chiflones los que llaman al turista a parar el automóvil y bajarse a refrescar la mirada un minuto, una hora o el tiempo que decida.
En tiempo normal nadie cobra la entrada, en período vacacional los zapatistas permiten el ingreso con pago módico de 35 pesos por automóvil. Las chozas con fogones, mesas de cemento y frescos techos de palmas.
El río de El Vergel volvía a convocarnos de nuevo a caminar. Arriba se veían regias cascadas, igualmente escandalosas.
¿De dónde trae tantas espumas? Aquí se trata de un río níveo, no el azul turquesa, variante según el sol, como el proveniente de Chanal.
Intentamos caminar río arriba, bordeando.
La vegetación, sin embargo, se hizo más espesa.
Tavernier caminó por un sendero, yo por otro.
Cinco metros adelante le llamé a gritos varias veces y no respondió, porque el río lo había ensordecido.
Media hora de búsqueda y nada. Al fin llegué a la carretera, pero ahí tampoco estaba.
Regresé a la orilla del Río El Vergel y tampoco estaba, ni en el de Chanal, ni al otro lado.
Luego de intentar por otras veredas llegué a donde minutos antes un par de adolescentes se aventaban clavados desde una piedra escarpada.
Entonces escuché el grito del reportero, quien ya se encontraba tomando una rica caguama y batallando con un caldo de pescado.
Qué delicia. Fsur.
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