Un grupo de jóvenes estudiantes y yo, impresionados por el “Velo de Novia” de las Cascadas El Chiflón, nos propusimos hacer el trayecto desde donde nace ese afluente, el Río San Vicente, hasta convertirse en una de las más bellas caídas de agua de Chiapas.
Su origen, nos dijeron, estaba en el Ojo de Agua, en la cabecera municipal de Tzimol, con una altitud de mil 300 metros sobre el nivel del mar, vecino de Socoltenango y Comitán.
Decidimos, pues, iniciar ahí la caminata.
Sin embargo, llegamos primero a “La Rejoya”, un espacio ecoturístico con frescas sombras producidas por árboles de sabino, muy elevados, quizá de unos 70 metros, además de algunos encinos y pinos, todos frondosos.
En verdad dan ganas de quedarse ahí, en ese apacible lugar, donde hay albercas naturales, un tobogán donde resbalarse para caer directamente a una tranquila poza de color verde, andadores, sombrillas, mesas de cemento y varias palapas con sus fogones donde cocinar las carnitas azadas o calentar unas “gorditas”.
Nos imaginábamos al Río San Vicente así, con una vera permitiéndonos ir saltando de piedra en piedra, o caminando sobre las aguas de los arroyos formados a los lados.
De pronto descubrimos alambradas dificultándonos el paso, como si ya algún cacique hubiera comprado un tramo del río y con sus alambres de púas pretendiera impedirnos el camino.
Con todo, seguimos la caminata, disfrutando del fresco ambiente, mirando cómo los pájaros, asustados de nuestra presencia, salían volando de un tronco o una rama, para subir muy alto y alejarse del peligro, pues ellos nos consideran, no sin razón, el peor depredador en el mundo.
Varios arroyos encontramos alimentando al Río San Vicente, la mayoría de los cuales son utilizados por terratenientes para alimentar de agua el trapiche donde procesan la panela, o simplemente para irrigar el jardín de su casa de descanso, donde se dan el lujo de bañarse en un riachuelo natural, frente a la sala.
Una hora después a nuestros ojos asomaban distintos espectáculos: un río de color verde en distintos tonos, tupidos carrizales, árboles con ramas cargadas de nidos de aves, quienes, trémulas, asoman el tierno pico para ver el avance de los intrusos.
Una araña se interponía en el camino, no se sabe si para presumir sus colores y cotidiana labor de tejer sus hilos de seda, o porque ahí encontró un lugar ideal para colocar su tela pegajosa y así cazar insectos y alimentarse de ellos.
Sin importarnos, seguimos avanzando, dirigidos por el joven río con sus remansos de colores o el rugir de sus chiflones. Ningún pez asoma para vernos o dejarse ver, como si no hubiera alguno o tuvieran mucho miedo de nosotros.
El Sol es indulgente, pero a ratos ofrece espectáculos interesantes en su incesante intento de penetrar la espesa arboleda, cada uno de los cuales, a su vez, libra su propia batalla por alcanzar sus rayos; al final éstos cruzan para descubrir el viaje de los insectos, volando sobre el río, divertidos, de un extremo al otro.
Las caídas de agua comienzan a hacer su aparición, ofreciendo blancas espumas como muestra, las cuales se prolongan según la altura de la cascada o lo ancho del río, aunque cada vez se dificulta más el camino.
El río se resiste a enseñar su esplendor y súbitamente deja caer el fuerte torrente varios metros abajo, en picada, como retándonos a seguirlo, seguro de su triunfo.
Otra bella cascada y laguna alambradas por un particular...
Avanzar era cada vez más difícil.
Pero abajo se oía un fuerte chiflón invitándonos a continuar la travesía.
De pronto nos encontramos ante el hilo blanco de un nuevo riachuelo, en un terreno resbaladizo por algún material ahí depositado, producto de la caña procesada y convertida en melcocha o panela.
Ahora estábamos en medio de un cerro, del cual debíamos salir, escalando hacia arriba, para alcanzar tierra firme.
Cuando lo logramos apareció ante nuestros ojos una nueva cascada, con siete caídas de agua separadas por peñascos bañados en musgos.
El golpeteo de las siete caídas de agua generan una rica brisa que cae sobre el paseante y sobre una decena de árboles, o más, que disfrutan igual del fenómeno natural.
De pronto aparece el administrador del rancho, quien también tiene alambrada y delimitada la zona de la laguna y esta hermosa cascada, de donde salimos advertidos de estar infringiendo la ley e invadiendo una propiedad privada, a nombre de Marco A. Figueroa.
De este modo, nos vemos obligados a abandonar el lugar y de suspender la toma de fotografías ante la advertencia del administrador de la citada propiedad.
A las dos horas de iniciada la aventura entre la maleza, dar un solo paso se convierte en una fiera lucha entre el terreno sinuoso protegiendo su virginidad y el grupo de paseantes con sed de lograr la hazaña.
Las lianas se convierten en cómplice del río y nos cierran el paso, la zarza tiene preparadas las espinas para quienes osan cruzar la zona, pero el grupo explorador se siente con determinación y fuerzas para seguir adelante.
Cuando el boscaje se torna más espeso y el terreno es más escabroso elegimos bordear, circundando a los lados para permitirnos retomar la vera del río más adelante. Cuando al fin lo logramos aprovechamos un puente natural, hecho por un viejo árbol derrotado por el tiempo, cuyo largo tallo cruza el río de lado a lado.
Pero aquí también se complicó del mismo modo el avance, porque todo es jungla, a los dos lados del río, aunque los altos sabinos sigan ofreciendo rica sombra.
Metros adelante, en un claro del bosque, la maleza de dos o tres metros de altura se torna espesa, difícil; los bejucos luchan contra Jonathán que quiere abrir el camino, las ramas de los arbustos le azotan a David en la cara, a mí me arrancan los lentes y a Gabriel lo tumban algunas enredaderas.
Avanzar veinte metros nos toma otra media hora, pero volverse atrás habría sido la misma cosa, pues no llevamos ningún machete para cortar la maleza y al voltear hacia atrás ni siquiera se distingue por donde cruzamos apenas hace un instante.
Al final fuimos derrotados, sin duda.
Por eso decidimos volver al otro lado del río, donde se veía un camino mejor dibujado, en medio del cañaveral de algún cacique.
Pero cruzar no parecía tarea fácil. La única vía disponible era descender por un barranco, con destino directo a una enorme poza, profunda y verde.
Para evitarla debíamos avanzar agarrándonos de los bejucos y raíces hasta la parte del río donde se observaba un pequeño vado, y pasar por encima evitando la amenazante poza.
Ahí habremos consumido otra media hora, pues era un paso complicado, aunque emocionante, y por algunos momentos creíamos habernos convertido en tarzanes tzimolenses, pero cruzando el río en zapatos y pantalones.
Creímos haber logrado la hazaña, pero resultó falso: habíamos llegado sólo a la mitad del río, pues dimos en una isla inundada por una planta conocida como “cola de caballo” y algunos lirios, y faltaba cruzar la otra parte, obligándonos a meternos de nuevo al agua.
Para no mojar los equipos uno de nosotros bajó a la poza, caminó hacia la parte más baja del río, y ahí recibió las cámaras, fotográficas y de video, mientras los otros repetían el procedimiento.
No fue sino hasta cruzar esta última parte cuando nos sentimos aliviados, y todos nos metimos al agua a descansar, recostados, refrescarnos y juguetear un poco con el agua, fría, por cierto.
Cuando retomamos el camino, del otro lado del río, las fuerzas se nos habían agotado. Por si fuera poco, una serpiente dejó su ropaje viejo por donde intentábamos avanzar, como advertencia.
La opinión del grupo se dividió en dos: la de quienes sentían voluntad para seguir, y la de quienes anhelábamos ya volver hacia La Rejoya, donde habíamos dejado el auto y volver a casa.
Al final alguien hizo una propuesta salomónica: buscar la carretera y esperar ahí a algún camión de pasajeros con destino a Ochusjob, un pintoresco ejido de Tzimol, y de ahí retomar el camino hacia la majestuosa cascada Velo de Novia.
Veinte minutos más tarde habíamos encontrado la carretera y un conductor nos dio un “aventón” hacia Ochusjob, donde nos dieron una mala noticia: el camino hacia el río tomaba unos 90 minutos, y podíamos perdernos, pues no llevábamos guía.
El hambre y la falta de fuerzas nos permitieron el consenso de volver otro día y reiniciar aquí el camino hacia el Velo de Novia.
Barquet Ayub
Llegamos primero a "La Rejoya", un espacio eco turístico con frescas sombras producidas por árboles de sabino, muy elevados, quizá de unos 70 metros, además de algunos encinos y pinos, todos frondosos.
Llegamos en una camioneta de doble cabina,
llegamos en un automóvil de marca
llegamos en un jeep de los gringos
llegamos con nuestro reloj de pulsera
llegamos con nuestros celelares guindando de los cinturones
como mal colocados penes
llegamos con nuestras palabras soeces de ciudad
llegamos con nuestro machismo heredado de Castilla
llegamos con nuestras super "chelas " de oxxo
llegamos con nuestras camisas finas
llegamos en avión
llegamos en helicóptero
llegamos después de quemar mil galones de petróleo
pero llegamos, llegamos a depredar un poco La Rejoya
llegamos por instinto de extinción
llegamos con rencor por lo que nadie ha pisado
llegamos con nuestras bolsas de plástico
llegamos con nuestras pastillas para la tos
llegamos con nuestros cigarrillos y con nuestra marihuana
llegamos con nuestros discos compactos…
y unos hasta llegamos con lap top en la mochila
y otros hasta con repelente para insectos
pero llegamos, con el derecho de enturbiar el agua
en eso estábamos de acuerdo,
para eso somos ecologistas,
por eso biólogos
por eso agrónomos,
por eso estudiantes de universidad X
tenemos derecho a depredar por que somos feminista
comentó una de las biólogos
por que soy un reportero de la ciencia, comentó otra
Con esa idea llegamos a la Rejoya, con la idea de atrapar animales
para el laboratorio del cicy, para la unam, para uv, para eco sur
veníamos armados de palos, de jaulas, de químicos de cloroformo
así llegamos a la Rejoya, con jeringas y tablas de plástico para inflar
llegamos con una cámara de video
llegamos con cámara de foto
y químicos para revelar
llegamos con memorias y chips
llegamos con lámparas y pilas recargables
así llegamos a conservar La Rejoya
Así llegamos con nuestra inútil sabiduría de laboratorio
Con nuestro afán por profanar el ultimo rincón de Rincón
Así llegamos. Y nunca salimos de ahí, solo encontraron nuestros cadáver mordisqueado por las serpientes que veníamos a atrapar
En verdad dan ganas de quedarse ahí, en ese apacible lugar, donde hay albercas naturales, un tobogán donde resbalarse para caer directamente a una tranquila poza de color verde, andadores, sombrillas...